CALIGRAFÍA DEL DESEO
La obra de Lulú viene desarrollándose a través de varios años como artista, gestora cultural y directora de la revista Colada.
Su obra investiga las morfologías femeninas del deseo, su intensidad, su complejidad y sus fantasías. Desde las perspectivas de Cindy Sherman Juno Calypso, Marianna Rothen, Nan Goldin entre otras artistas conceptuales su obra es una tesis sobre el erotismo.
En sus piezas el auto retrato, el cuerpo, es un campo expandido de emociones que recorren toda las paradojas de la condición femenina.
En esta muestra la dualidad se instala en los múltiples lenguajes que narran una ficción personal, intima. El objeto como territorio ornamental y psíquico aparece en su obra, desde un bondage elaborado por sus propias manos narrando las fantasías mas inquietantes de una mujer contemporánea. En esta primera y poderosa muestra individual, el relato de la casa aparece como la dualidad, la ambivalencia de la coexistencia de los ciclos de la vida de una mujer y su retrato social. La artista desde un rosa amoroso habla de la densidad de las emociones al transitar las paradojas del deseo, cómo una mujer es maternal y a la vez sexuada, activa y no doméstica.
Los artistas con sus obras redefinen las subjetividades sociales creando un nuevo territorio de legitimidad, la obra de Lulú crea una nueva condición femenina donde el placer abre sus puertas y se reinstala en el hogar.
Esta doble tensión y los múltiples alter egos permiten a la máscara femenina enunciar la verdad del deseo de forma ética y poética.
Nuestra heroína de cabellos rosas frente al espejo abre un nuevo camino al Deseo,
aquel poderoso espacio de fuerza que cada mujer encarna en su cuerpo.
Fabiana Barreda
Mientras deslizo unas medias rotas por el contorno de mis piernas, me detengo a recordar cómo me hablabas al oído y despertabas el erizo de mi piel. Un sonido pegadizo de cumbia romántica entra en escena con fuerza arrolladora.
Un puñado de ficciones sobre el deseo sirve de antesala perfecta para abordar la producción de Lulú Jankilevich. Son momentos de introspección, de reflexiones sobre el cuerpo, de encuentros con un amor egoísta. El corpus de obra exhibido en sala sólo propone una historia sencilla y ese es quizás su mayor mérito; despojado de prejuicios, construye un relato no acabado – y que no tiene que acabar nunca – sobre la autorreferencialidad, transformando los clichés hasta convertirlos en un elogio descarnado sobre el hedonismo.
Retoco mis pestañas y el rouge fucsia, casi tatuado en mis labios. Un poco de yibré adorna todo mi cuerpo -como si fuesen pequeñas microesferas de cristal- y acomodo esa vieja peluca rosa que me convierte en la reina del deseo que supe ser. El espejo me devuelve lo que fui, lo que represento y lo que antes quise que piensen de mí.
El peso específico del placer es un cuento de una piba de barrio; son deseos simples y directos; es un mundo de fantasías que inventó para hablar de ella misma, pero que al mismo tiempo genera dudas sobre quién es en verdad la protagonista. A veces, pareciera ser ella; a veces, un alter ego; a veces, un espectador. Quizás, sólo sea un intento de registrar un momento crudo de erotismo individual para poder hacerlo público pero con toda la ternura de lo íntimo.
Soy la suma de mis fantasías, soy la seguridad de mi cuerpo, soy el reflejo de mi onirismo, soy la que atraviesa mis años con mi sexualidad siempre encendida. Me sirvo un whiskey sin hielo y al fin termino la preparación para quererme. Me desnudo y empiezo a disfrutar de ese instante que diseñé para autogestionar mis placeres.
Joaquín Barrera











EL PESO ESPECÍFICO DEL PLACER.